Superposiciones
Innsbruck - Ed Fairburn Algunas tardes pienso en ello. Veo los últimos rayos del sol extinguirse en el horizonte y siento nacer esta sensación de inquietud que me asalta ante la muerte. El ambiente que recreo es propicio para fecundar los miedos que iré pariendo en horas postreras. De un borronazo el cielo adquiere tonalidades grises. La noche cae de golpe, su irrupción me recuerda el efecto que produce la flama al consumir el papel. La noche es un puñado de cenizas a la que van naciendo pequeñas iridiscencias lejanas, focos de luz que preceden a los vigías nocturnos. Bajo la oscuridad estrellada se oculta el trazado del día, la ruta que delineamos con celeridad en las horas previas; trabajo de Sísifo que sólo acaba con la muerte. El mapa sobre el que marco mi sendero se difumina cada tarde. Antes del ocaso me afano repintando sus líneas, en espera de que la madrugada conserve algunos vestigios. Pero, en ocasiones, la suerte me es esquiva, pierdo grandes trozos de car