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Mostrando las entradas de mayo, 2013

Amor, amor

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Manizales, Colombia. Mi marido me ama sin reservas, profunda y abrazadoramente. Soy un templo, pronuncia extrañas letanías. Es mi demiurgo, yo, tela en que plasma criaturas fantásticas, sueños prefigurados. Me dejo hacer, soy arcilla, en manos artesanas. ¿En quién me convertiré hoy? Cada mañana redibuja mis formas, a veces, voluptuosa, otras esbelta. Me viste de prendas delicadas de color tierra. Me calza con zapatos cerrados, no le gustan mis dedos. Siembra de flores mi cabeza. Me hace la cara, dibuja una sonrisa invariable. Oculta mis penas, es un mago, guarda en mi cartera artilugios para enfrentar el mundo y me enseña a volar sin alas. Al anochecer, deshace su creación, usa pinceladas gruesas y seguras. Adquiero aspecto anodino, desaparece las prendas. Descalza mis pies de dedos feos, arroja las flores marchitas, retira el maquillaje, borra mi cara. Las penas siguen ocultas, derriba mis defensas y me devuelve las alas. Entonces, él se transforma. Se cuela por los inter

Las ventajas de la formación escolar ¿un mito para los jóvenes vulnerables?

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Cada generación, sin duda,  se cree predestinada para rehacer el mundo.   La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará.     Pero quizás el compromiso es mayor, Consiste en  impedir que el mundo se deshaga Albert Camus En este artículo voy a referirme a las expectativas que tienen estudiantes pobres colombianos frente a sus propios procesos formativo. En entornos vulnerables, la educación se convierte en un factor crucial, considerada una de las principales herramientas para alcanzar la movilidad social ascendente. No obstante, los estudiantes de estos barrios, a punto de finalizar la secundaria, perciben que los años anteriores fueron un desgaste innecesario. La falta de recursos económicos para continuar con la formación técnica o universitaria, sumada a la percepción de sus familias de que el título de bachiller es un logro suficiente para conseguir empleo, contribuye a esta visión. Además, se enfrentan al analfabetismo informático y a la carencia de redes de apoyo que

Ceguera

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Tibasosa, Boyacá, Colombia. Las horas, densas como plomo, se deslizan inexorables. El aroma a humedad, insoportable, se adueña del ambiente. Una gota, liberada del techo mohoso, traza su camino entre las grietas del pasillo. Al fondo, la voz de una mujer murmura palabras incomprensibles. Sus brazos, apenas visibles, sostienen a un hombre ciego que carga con el peso de una vida. Tras la pared, la lluvia deshace un mundo construido de arena. Al acercarse al final, el ciego abraza una maleta en ruinas donde guarda expresiones olvidadas: sonrisas reservadas para días mejores, abrazos devueltos al vacío, indiferencia y hastío, palabras atrincheradas en labios mustios y miradas fatigadas de posarse sobre un fondo blanco. Los susurros adquieren forma, y el ciego se estremece. La voz le llega clara, desde un espacio de luz que sus cuencas vacías no pueden percibir. La narración toma forma de historia, resumiendo la vida del ciego en una frase potente: ¡despierta! ¡despierta! ¡no te

La soledad... ese coco detrás de la puerta

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Lago Tota, Colombia. En su novela "Diario de una buena vecina", Doris Lessing introduce una afirmación que ha estado fermentando en mi mente durante varios meses. La autora señala: "Jamás hubiera sospechado... la existencia de algo que haría inevitable que dijera: no tengo elección". Este grito de resignación brota de una mujer madura, profesional y madre de dos hijos, atrapada en un empleo ideal y un matrimonio en declive. Evitaré detallar el contexto específico en el que se desenvuelven las situaciones que provocan esta expresión. Simplemente, deseo destacar que, por temor a la soledad, muchas mujeres nos empeñamos en sostener relaciones de pareja que han agotado su ciclo, como si intentáramos resucitar a un difunto. Los motivos para aferrarnos a esta obstinación son variados: los hijos, la dependencia económica, las apariencias sociales, las ventajas que la unión brinda a ambos.  La ceguera del hombre que persiste sin entender que somos el amor de su vi

Los colores de mis días

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Mi refugio imaginario predilecto, al cual me retiro siempre que la presión del tiempo y las urgencias de la vida me agobian, es una playa desierta en el vasto Océano Pacífico. Sentada sobre la arena, me deleito con la vista del mar y el atardecer. Esta panorámica evoca recuerdos entrañables: mis padres, mi infancia, amigos que la memoria no pudo retener, así como los mitos y rituales de mi amada Tumaco. Sin embargo, se remonta especialmente a un Viernes Santo sin misa, donde mi único deber era observar la lluvia caer sobre un mar gris y sereno que se confundía con el horizonte. De ahí los nombres de mis hijas: Tamia, que significa lluvia en Quechua, y Liumara, una amalgama entre luz y mar. Tamia por Tamia Tamia, desde su primer aliento fuera de mi vientre, se presenta como una bebé grande de ojos negros y redondos, asombrados ante un mundo más amplio y colorido. Su nombre es un vínculo con las experiencias más gratificantes de mi vida: el aroma de la hierba fresca tras la ll

La gran vagina III: La crianza de los hjos

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Iza, Colombia. En el laberinto de desencuentros que el señor X y la señora X han tejido, el primero parece aferrarse a la simplicidad de operaciones matemáticas básicas. Para él, resolver las complejidades de la vida se reduce a una ecuación simple: 1+1=2.  Sin embargo, la señora X, con una perspectiva más amplia, entiende que las circunstancias requieren operaciones más complejas, donde las normas y procedimientos para educar a los hijos son el epicentro de sus discrepancias. Desde que el señor X abandonó el hogar que compartía con la señora X, la estructura familiar se ha visto cubierta de polvo. La parte que él manejaba yace oxidada, mientras la señora X se embarca en la tarea de desempolvar, limpiar y engrasar esa gran mole amputada. La distancia física que lo separa del hogar dificulta que el señor X tenga una visión completa de la situación. Desde su posición, se erige sobre antiguos preceptos, imponiendo órdenes en un lenguaje que ha caído en desuso.  Su experiencia p